A ella le enseñaron que llorar
estaba mal. Y así vivió toda su vida: ante cualquier tristeza o enojo siempre
eligió aguantar lo que sentía y reprimirlo. Entonces empezó a acumular y
esconder tristezas en lo más profundo del inconsciente.
Un día le dijeron que
llorar no estaba mal y, aunque al principio no lo creyó, de a poco empezó a
considerar esa posibilidad. Entonces su llanto se desató pero esta vez no había
nadie impidiendo que suceda.
Así es como lloró y lloró y llenó
el jardín de lágrimas que tardaron días en secarse.
Luego empezó a caminar -tan liviana-
que su simple andar era el de una bailarina.
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