Automatizamos el nacimiento;
los cumpleaños también.
Reduciéndose a una rutina de pasos a seguir
en frente de los espectadores de siempre.
Automatizamos los encuentros;
a un recuadro de una agenda
que ocupa un espacio a liberar
de una eterna mansión empapelada.
Automatizamos una canción;
le sacamos el alma, el sentido y el arte
para que resuene directamente en el inconsciente
y la consumamos.
Automatizamos la vida;
como si estuviéramos actuando una película,
apresurados por terminarla y ver la versión terminada.
Nada se podrá disfrutar tanto como el papel que nos toca actuar.
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